Machincuepas / Rosario Segura
Las vacaciones hasta donde sé, son para descansar de
los días de mucho trabajo, de levantarse temprano, de los maestros castrantes,
de las tareas escolares y de un etcétera tan largo como la cuaresma; pero las vacaciones también
son para viajar; lo sé porque alguien
así lo dijo, no sé quién ni nuca he averiguado, pero son para salir, viajar, conocer
mundo o simplemente salir de tu casa, en la misma ciudad, y visitar parientes o amigos;.
Las vacaciones son para engordar, querámoslo o no, sucede que
los quilos se alojan aquí, allá o acullá, nunca jamás dónde uno quiere y a
otros les gustaría. En fin,
las
vacaciones son para hacer lo que queramos con días y hasta semanas sin reloj,
sin apuros y sin agenda.
En ese entendido de la anterior definición de las
vacaciones, planeé las mía. Fui con un especialista, quien sin remordimiento y una vez descubierto mi presupuesto,
textualmente me mandó a volar.
Vuelta loca arreglé todo lo necesario, alboroté a mi
acompañante, un espectacular modelito masculino de treinta primaveras y sin
pensarlo mucho iniciamos la odisea.
Dos horas antes llegué al aeropuerto, mi poca
paciencia y la flojera de andar cargando maletas me dijeron que me documentara,
así, pensé, aligerada de equipaje espero a mi acompañante. Con mi aplomo de
mujer de verdad, muy viajada, que no es lo mismo que paseada, me vi frente a
una señorita muy mona quien sonriente me indicó que mi vuelo ya estaba siendo
abordado. No puede ser, le dije, yo salgo a las 9 de la mañana y apenas son las
7.
Sí, me explica la muchacha, lo que pasa es que su
vuelo está cancelado y los estamos enviando en éste; así que, por favor, aborde por la
puerta… ya no escuché qué número.
Pero no puedo señorita, me oí decir, no viajo sola y
mi compañero no ha llegado.
Podemos esperarlo -dijo la mujer- ¿sabe si ya viene en camino? Pa’ pronto hice uso de la tecnología y le marqué; después
de tres rines que se me hicieron eternos, al otro lado de la línea me contestaron para decirme
que el chico esperado no iba a ir. ¡Quéeee! Mi grito se confundió con la voz
del sonido ambiente llamando a los pasajeros del vuelo tal, con destino a tal, que se apuraran a subir o se quedaban como las de
rancho,
¿Cómo que no va a ir? No, me dijo calmadamente el
hombre, supongo que no va a ir porque aun está dormido. Pues levántelo -desesperada
le supliqué-. No
-
e volvió a decir- no va a ir. Mientras
escuchaba esto, la muchacha detrás del mostrador me indicaba que solo podían
espera diez minutos más.
No llega, pensé resignada, y volví tras mis pasos para buscar
una silla y pacientemente esperar al bello durmiente, quien sin preocupación
alguna, entregado a Morfeo, tal vez soñaba con sus
vacaciones en crucero por las Bahamas, mientras yo estaba sentada en un aeropuerto repleto
de soñolientos viajeros que
vociferaban
por la cancelación del vuelo.
Antes de la hora especificada originalmente en los
boletos, llegó por fin mi acompañante. Ya se fue el vuelo, informé sin ningún
matiz. Pues que nos manden en otro, dijo sonriendo.
Acto seguido, volví al mostrador para hacer uso de mi derecho de
viajera, con tan buena fortuna que como teníamos conexión en la ciudad de México
prometieron mandarnos en el próximo vuelo. Efectivamente, una hora después, como joto en carnaval, dentro de la
nave buscaba mi número de asiento con destino a Tijuana para de allí, inmediatamente,
tomar otra nave a tierra Azteca. El trayecto es
largo, dijo la mujer de la línea aérea, pero si no lo hacemos así no podrán
llegar a tiempo para volar a Miami y
pues ni pex.
Llegamos a Tijuana, cambiamos de avión y volvimos a
pasar por Hermosillo rumbo a la ex región más transparente. Casi 5 horas
después de estar sentada entre salas de espera y vuelo, llegamos por fin al
abarrotado aeropuerto internacional mexiquense; a toda prisa bajamos, corrimos y
corrimos, hasta la sala
asignada que, para mi
maldita suerte, era la última
de las últimas, y con la lengua de fuera, las nalgas entumidas por las muchas
horas sentada, los pies a punto de calambre por los zapatos nuevos -mi amà
siempre que salíamos de viaje me ponía los zapatos nuevos y la costumbre, ustedes
saben, se hace ley-, así que sin
hacer mutis seguí corriendo para llegar a tiempo a la mentada sala.
Por fin divisé, allá a lo lejos, la letra indicada para poner fin a la carrera. Sin
tocar baranda nos fuimos directito al mostrador de la línea faltando solo unos
minutos para abordar según la hora indicada en el itinerario de viaje. Boletos
y pasaportes fueron presentados correctamente a la señorita, para que eéta, al verlo, nos indicara
con una amable sonrisa, “Este vuelo a Miami esta cancelado, ustedes saldrán en
el próximo. ¿A qué horas es eso?, pregunté. Por
cuestiones de clima, dijo la mujer, el vuelo más próximo saldrá dentro de 8 horas. ¡Ingueasú!, me dije, aquí sí se me
terminaron de achatar las nalgas.
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