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martes, 20 de enero de 2015

Los viajes ilustran y achatan

Machincuepas / Rosario Segura


Las vacaciones hasta donde sé, son para descansar de los días de mucho trabajo, de levantarse temprano, de los maestros castrantes, de las tareas escolares y de un etcétera tan largo como la cuaresma; pero las vacaciones también son para viajar; lo sé porque alguien así lo dijo, no sé quién ni nuca he averiguado, pero son para salir, viajar, conocer mundo o simplemente salir de tu casa, en la misma ciudad, y visitar parientes o amigos;.
Las vacaciones son para engordar, querámoslo o no, sucede que los quilos se alojan aquí, allá o acullá, nunca jamás dónde uno quiere y a otros les gustaría. En fin, las vacaciones son para hacer lo que queramos con días y hasta semanas sin reloj, sin apuros y sin agenda.
En ese entendido de la anterior definición de las vacaciones, planeé las mía. Fui con un especialista, quien sin remordimiento y una vez descubierto mi presupuesto, textualmente me mandó a volar.
Vuelta loca arreglé todo lo necesario, alboroté a mi acompañante, un espectacular modelito masculino de treinta primaveras y sin pensarlo mucho iniciamos la odisea.
Dos horas antes llegué al aeropuerto, mi poca paciencia y la flojera de andar cargando maletas me dijeron que me documentara, así, pensé, aligerada de equipaje espero a mi acompañante. Con mi aplomo de mujer de verdad, muy viajada, que no es lo mismo que paseada, me vi frente a una señorita muy mona quien sonriente me indicó que mi vuelo ya estaba siendo abordado. No puede ser, le dije, yo salgo a las 9 de la mañana y apenas son las 7.
Sí, me explica la muchacha, lo que pasa es que su vuelo está cancelado y los estamos enviando en éste; así que, por favor, aborde por la puerta… ya no escuché qué número. 
Pero no puedo señorita, me oí decir, no viajo sola y mi compañero no ha llegado.
Podemos esperarlo -dijo la mujer- ¿sabe si ya viene en camino? Pa pronto hice uso de la tecnología y le marqué; después de tres rines que se me hicieron eternos, al otro lado de la línea me contestaron para decirme que el chico esperado no iba a ir.   ¡Quéeee! Mi grito se confundió con la voz del sonido ambiente llamando a los pasajeros del vuelo tal, con destino a tal, que se apuraran a subir o se quedaban como las de rancho,
¿Cómo que no va a ir? No, me dijo calmadamente el hombre, supongo que no va a ir porque aun está dormido. Pues levántelo -desesperada le supliqué-.  No - e volvió a decir- no va a ir.  Mientras escuchaba esto, la muchacha detrás del mostrador me indicaba que solo podían espera diez  minutos más.

No llega, pensé resignada, y volví tras mis pasos para buscar una silla y pacientemente esperar al bello durmiente, quien sin preocupación alguna,  entregado a Morfeo, tal vez soñaba con sus vacaciones en crucero por las Bahamas, mientras yo estaba sentada en un aeropuerto repleto de soñolientos viajeros que vociferaban por la cancelación del vuelo.
Antes de la hora especificada originalmente en los boletos, llegó por fin mi acompañante. Ya se fue el vuelo, informé sin ningún matiz. Pues que nos manden en otro, dijo sonriendo.
Acto seguido, volví al mostrador para hacer uso de mi derecho de viajera, con tan buena fortuna que como teníamos conexión en la ciudad de México prometieron mandarnos en el próximo vuelo. Efectivamente, una hora después, como joto en carnaval, dentro de la nave buscaba mi número de asiento con destino a Tijuana para de allí, inmediatamente, tomar otra nave a tierra Azteca.  El trayecto es largo, dijo la mujer de la línea aérea, pero si no lo hacemos así no podrán llegar  a tiempo para volar a Miami y pues ni pex.  
Llegamos a Tijuana, cambiamos de avión y volvimos a pasar por Hermosillo rumbo a la ex región más transparente. Casi 5 horas después de estar sentada entre salas de espera y vuelo, llegamos por fin al abarrotado aeropuerto internacional mexiquense; a toda prisa bajamos, corrimos y corrimos, hasta la sala asignada que, para mi maldita suerte, era la última de las últimas, y con la lengua de fuera, las nalgas entumidas por las muchas horas sentada, los pies a punto de calambre por los zapatos nuevos -mi amà siempre que salíamos de viaje me ponía los zapatos nuevos y la costumbre, ustedes saben, se hace ley-, así que sin hacer mutis seguí corriendo para llegar a tiempo a la mentada sala.

Por fin divisé, allá a lo lejos, la letra indicada para poner fin a la carrera. Sin tocar baranda nos fuimos directito al mostrador de la línea faltando solo unos minutos para abordar según la hora indicada en el itinerario de viaje. Boletos y pasaportes fueron presentados correctamente a la señorita, para que eéta, al verlo, nos indicara con una amable sonrisa, “Este vuelo a Miami esta cancelado, ustedes saldrán en el próximo.  ¿A qué horas es eso?, pregunté. Por cuestiones de clima, dijo la mujer, el vuelo más próximo saldrá dentro de 8 horas. ¡Ingueasú!, me dije, aquí sí se me terminaron de achatar las nalgas.

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